RELATO AL GRAN ÁRBOL






                         

Empecé a sentir como mi cuerpo disminuía, él mientras , estiraba su elegancia, ensanchando su corazón milenario y abriendo sus brazos para proteger su historia;
la vida que entorno a él surgía.

Con mi reciente tamaño pude penetrar en una de sus agrietadas entradas ,ante mis ojos se presentaba una sabiduría ancestral, sólo apta para visionarios de ego empequeñecido y de corazón abierto. Abierto al sentir de nuestros mayores, esos mayores en silencio, nunca diciendo una palabra más alta que otra, porque no necesitan ser de otra manera para educarnos y ofrecer el conocimiento vital.
 Simplemente son.
En sus paredes interiores están pintados los años de cada criatura del bosque.
Como si fuera el colegio pasan lista cada día.
Observadores y vigilantes.
 Vigilia perenne, constante, para permitir el orden y desorden con que fluir.
Equilibradores natos.
Cada segundo para mí es como un año para su tronco. 
Mi interior se siente nutrido con su resina, amarga para intrusos, dulce para amigos, pegajosa para fortalecer su exterior con ayuda del sol.
No hay sensación de miedo a su lado. Fuerte, cambiante, sin apego a sus hojas que cada otoño se alejan y que vuelven con más fuerza en primavera.
Sabio callado, deja caer al manto de hojarasca sus ramas débiles , sirviendo de hogar a especies pequeñas y de nutriente a la propia madre tierra.
Qué gran generosidad la tuya gran árbol. Te sabes único, pero hermanado.
Salgo de la morada de mi ya nuevo amigo y vuelvo a observarlo desde fuera.
 Regreso a mi estado natural, aunque me noto más alto y ancho en mi interior, más lleno de vida, nutrido de esperanza y alegría.
Sabedor de que hay unos vigilantes que en silencio ,velan por nosotros y nos abrigan con el calor de sus ramas desde cualquier bosque del planeta...
 


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