Casas cárcel



Mismo barrio,
un día cualquiera,
ladrillos hermanados y separados por un color,
bloques pegados acogiendo la misma sensación,
miedo.
Miedo a que entren,
miedo a salir,
miedo a vivir.
Verjas de día y de noche,
para espantar al miedo.
Frío acero inoxidable que enfría el alma.
Cárceles urbanas con dormitorios, tele y un radiador,
visitas a horas de buen ver por la mirilla,
eso sí, la televisión puesta,
informando,
haciendo entrar un pequeño trozo de mundo al hogar,
hacer así la verdad,
la verdad de lo que pasa fuera,
contada por alguien que te da tu dosis diaria de miedo.
Verdad inamovible para no traspasar el filo de la puerta,
esa pequeña desgracia cotidiana,
encargada de dirigir vidas,
de manipular emociones y generar descontento.
Si,
gusta la ciudad y sus rincones,
estar cerca de gente y sentirse cerca de la tribu,
el campo y los pueblos
parecen tristes
y da miedo vivir allí,
curiosos comentarios cuando ves pisos enrejados,
Madrid capital cosmopolita y moderna,
y si rasgas unos pasos a deshoras ,
te acercas a otras realidades,
donde lo más cosmopolita son los colores de la fachada,
y la señal de esperanza que pone la vecina del primero con su maceta,
para recordar a la señora Juana y al señor Manuel,
que no todo es miedo,
que a dos metros hacia arriba
brota una flor en una maceta del chino,
sin miedo a salir al exterior,
y absorver, aunque contaminada,
 la realidad cotidiana.

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