Santa semana a veces
El hábito casi rozaba las baldosas,
el olor a incienso camuflaba la desilusión de los bancos,
lo que es dentro es afuera se decía para sí mismo.
Afuera,
gente extasiada en su propio fervor,
fervor de duración efímera.
Permufes,
peinados en gomina,
trajes a estrenar,
peinetas de quita y pon,
la hermandad de las apariencias así lo exige.
Fiebre religiosa y pasional,
arrastrada por una corriente establecida,
muchas veces sin saber el origen de tal devoción,
ni tan siquiera sabedora de los escritos sagrados,
manipulados o no,
que pretenden inculcar un sentimiento espiritual.
El joven sacerdote recorría la catedral susurrando,
los salmos se camuflaban con pensamientos impuros,
palabras para maldecir
siempre para los adentros,
que no se sepa fuera.
Con la cabeza gacha,
siguió las baldosas de mármol,
para empezar la conjura de los necios.
Justo en frente,
las hermandades tomando unos finitos,
lágrimas de regusto ácido,
ponían la euforia.
Jugaban a los chinos para ver quien salía primero,
y empujar la carroza del cristo para el cache vecinal.
Si no hay suerte,
el año que viene se intentaría otra vez.
Santa semana a veces...
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